Crónica de Zabala de la Serna para El MundoCuando la tarde alcanzó el ecuador de la corrida, Ginés Marín descorchó la frescura con un castaño de armónicas hechuras. Vivo, pronto y alegre. La apuesta del triunfador de San Isidro y San Fermín por sus virtudes fue manifiesta en el mínimo castigo en el caballo. Antes y después, en el arrojado saludo de rodillas a la verónica y en el quite impertérrito por saltilleras. Y en la generosa concesión de las distancias. El toreo espumoso, ingrávido y chispeante de Marín conquistó la plaza a la velocidad de la luz. La noble y encastadita movilidad del castaño descolgaba pero no hasta el final. Incluso se rebrincó un punto en la serie al natural. Las revoluciones neuronales del torero en sazón lucieron engrasadas a la perfección. Como su cintura. Como el desparpajo en los broches, los remates y los enormes pases de pecho. Una tanda de redondos sin solución de continuidad y las bernadinas a viaje cambiado acalambraron los tendidos. Ejecutó el volapié como si leyese los cánones bíblicos en el atril de la testuz. Con una despaciosidad y una pureza inigualables. La estocada en el mismísimo hoyo de las agujas -la estocada de la feria- descerrajó la puerta grande como un cañonazo.Acababa la feria sin una sola devolución y en un tris volvieron a los corrales dos toros: el sexto y el sobrero se partieron un pitón en estruendosos estrellones contra los burladeros. El último toro de Santiago, también de Algarra, se paró pronto. Pero Ginés Marín no volvió la cara y se arrimó como si no la puerta grande aún permaneciese cerrada. Extrajo todo el fondo que quedaba a puro pulso. Otro espadazo monumental terminó por rendir Cuatro Caminos a sus pies. Otra oreja más le convirtió en el triunfador absoluto Santander. Foto Arjona
PERERA A HOMBROS EN SU 20 ANIVERSARIO
Roca Rey cortó una oreja en el tercero. Juan Ortega